lunes, 19 de julio de 2010

La Antipolítica


La sociedad aspira a tener buenos gobernantes que les garanticen, sobre todo, la posibilidad de mejorar su calidad de vida mediante la creación de condiciones para el desenvolvimiento de sus derechos y libertades. Y la democracia es, sin duda, el sistema ideal para elegir a aquel de los candidatos que inspira mayor confianza, tanto por su personalidad y trayectoria, como por el interés de sus propuestas. Es, además, el único sistema que permite a los electores cambiar a un gobernante por otro cuando su gestión no es satisfactoria.


Pero cuando en un país los partidos políticos se fracturan, los dirigentes políticos se desconectan del pueblo y el sistema democrático se resiente, sobra entonces espacio para la improvisación. Lo mismo surgen partidos electoralistas y, por consiguiente, cortoplacistas, sin formación política, sin bases ideológicas, sin disciplina partidista y sin proyectos de gobierno, que candidatos independientes, sin partido y sin doctrina, que se sienten capaces de intentarlo aunque carezcan de experiencia en tales lides.

Es la distorsión de la acción política y de la función de los partidos la que promueve esta clase de estímulos y reacciones que, en determinadas circuntancias, lejos de contribuir con el restablecimiento de la confianza y la comprensión, lo que puede lograr es incrementar la confusión, acentuar la incertidumbre y propiciar decisiones impulsivas.

Se supone que la política es un asunto serio, tan serio como que consiste en diseñar adecuadas políticas públicas, elaborar programas de gobierno, proponer soluciones a las necesidades de la sociedad, a partir del análisis responsable de los problemas del país y del debate de ideas en el ámbito de las diferencias ideológicas, la pluralidad partidista y el consenso de la mayoría.

Sin embargo, una vez que los partidos y sus dirigentes han perdido el apoyo del pueblo, por tantas razones como ciudadanos descontentos haya, es más que probable que también la política resulte afectada negativamente en su respetabilidad y credibilidad, lo cual se traduce en expresiones del tipo "No me meto en política" o "No creo en los políticos". La siguiente fase es cuestión de actitud: el individuo defraudado en sus expectativas puede tomar cualquier decisión, desde conceder otra oportunidad al que gobierna mal, mantenerse al margen del tema, ser o parecer indiferente, asumir una posición crítica y exigente, hasta decantarse por la antipolítica. Esta última adhesión es, quizá, la que comporta mayores riesgos.
La antipolítica -que algunos denominan nueva política- es la negación de los paradigmas políticos tradicionales y la adopción de nuevas fórmulas como consecuencia de la emergencia provocada por los políticos de oficio. Emergencia causada por el fracaso de los gobiernos, dadas la ineficacia e incompetencia de la mayoría de aquellos militantes que en sus respectivas gestiones se desempeñan como concejales, alcaldes, gobernadores, diputados, ministros y jefes de Estado, así como por la insatisfacción de los electores y por la decepcionante comprobación de que las estrategias políticas no son más que estrategias electorales.

Mientras la política es acción, ejercida normalmente por políticos, la antipolítica es una reacción de la sociedad ante el desestímulo generado por aquélla. De ahí la búsqueda de actores emergentes desvinculados de los partidos y de los gobiernos, ideológicamente independientes y preferiblemente sin mácula de corrupción directa o indirecta, es decir, la búsqueda de opciones no-políticas. Esto rompe el círculo de las representaciones habituales, cada vez menos representativas, y deja espacio a cualquier ciudadano que reúna los requisitos de elegibilidad establecidos en la Ley para actuar en el escenario político.