Tal
vez uno de los más importantes tratados acerca de la naturaleza humana fue el Leviatán
o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil,
escrito por Thomas Hobbes en 1651,
en el que el autor afirma que la condición humana es salvaje y vengativa de
manera intrínseca:
Las leyes de naturaleza (tales como las
de justicia, equidad, modestia, piedad y, en suma, la de haz a otros lo que
quieras que otros hagan para ti) son, por sí mismas, cuando no existe el temor
a un determinado poder que motive su observancia, contrarias a nuestras
pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la
venganza y a cosas semejantes. (Hobbes; 1651)
Este
Estado deviene un conflicto constante, en el que los hombres luchan los unos
con los otros:
Los hombres están en continua pugna de
honores y dignidad […] y a ello se debe que entre los hombres surjan por esta
razón, la envidia y el odio, y finalmente la guerra (Hobbes; 1651)
Para
Hobbes, esta situación sólo puede ser mediada por un tercero, que sea, para el
autor, mejor y más grande que los meros hombres, es decir, la suma de ellos: el
Estado, que para el autor será representado como el Leviatán, un “monstruo” que
une y unifica las subjetividades. A éste Estado los hombres le entregarán la
potestad para mediar entre ellos, estableciendo normas y reglas para la vida en
sociedad.
El único camino para erigir semejante
poder común, capaz de defenderlos contra la invasión de los extranjeros y
contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que por su propia
actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir
satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea
de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus
voluntades a una voluntad. (Hobbes; 1651)
El
hombre, por tanto, tiene la necesidad imperiosa de asociarse entre ellos, por
el temor que representará esta figura, suma de las individualidades, es decir,
al Estado.
Si
bien dentro de un estado ideal, considerando que las idea del conflicto no nace
de las relaciones dadas en el Estado, sino de la naturaleza intrínseca del
hombre, la idea de conflicto se resuelve por medio de la renuncia a la voluntad
individual, para ser mediado por una forma de gobierno absoluta.
Siglos
más tarde, la noción del conflicto en la sociedad será retomada desde otra
perspectiva, ya no desde la naturaleza “pasional” de los hombres, sino desde la
relación de los individuos con el Estado. Para Karl Marx, el conflicto se
estructura desde la lucha de clases, teniendo relación directa a lo que Hobbes
había planteado, la unión de los hombres en un Estado que rija por sobre ellos,
pero que establece necesariamente la relación lineal de los dominados por
debajo de los dominantes.
Para
Marx, “Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de
la lucha de clases” que tendrá como punto de partida la relación del trabajo y
las formas de apropiación.
Marx
analizará entonces las realidades sociales históricas, entendiendo que la
diferenciación del trabajo se da de manera progresiva en la sociedad. El autor
Benjamín Tejerina (1991: p.48). establece una tipología de la sociedad según
Marx, separando en tres momentos.
En
un primer momento, indica Tejerina, Marx separa los procesos sociales que
caracterizan a la clase burguesa, separando en dos dimensiones: las relaciones
que el hombre establece con la naturaleza, su entorno y entre ellos; y las
relaciones de producción que se establecen en toda sociedad, y la forma de
estructurarlas. Un segundo momento considera la dominación (clasista) como
forma de articulación de una sociedad (burguesa), en torno a un modelo
dicotómico, arquetípico y funcional: la burguesía como clase dominante y el
proletariado como clase dominada. Un tercer momento está delimitado por la
consideración de los elementos centrales del conflicto y la cristalización de
una clases social, planteando una doble necesidad: la existencia de grupos
contrapuestos y su objetivación social en grupos organizados, la consciencia de
clase (Tejerina; 1991: p.48).
En
base a la producción, las sociedades van articulando y generando el conflicto,
en la relación que establecen con la naturaleza y los medios de producción,
estableciendo relaciones sociales:
En la producción, los hombres no actúan
solamente sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los
otros. No pueden producir sin asociarse de cierto modo, para actuar en común y
establecer un intercambio de actividades. Para producir, los hombres contraen
determinados vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones
sociales, y sólo a través de ellos, es como se relacionan con la naturaleza y
cómo se efectúa la producción” (Giddens, 1977)
Es
sobre ésta estructura de dominación clasista que Marx estructura su teorización
acerca de la dominación de clases, entendiendo que la clase social en Marx está
delimitada por la relación de los individuos con la propiedad de los medios de
producción, que se articula de manera jerárquica: una clase dominante, con la
propiedad de los medios de producción, y la clase dominada, que no la tiene.
Aún
así, esta separación con los medios de producción es sólo una primera
instancia, ya que en Marx esta relación dicotómica no es suficiente para
mantener y perpetuar un orden de desigualdad (Tejerina; 1991: p. 49), sino que
son las ideas, las condiciones políticas, jurídicas y sociales sobre las que
los individuos establecen sus percepciones las que permiten la continuación de
la desigualdad:
Las ideas de la clase dominante son las
ideas dominantes de cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce
el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder
espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la
producción material dispone con ello, al mismo tiempo, por término medio, las
ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente
(Marx y Engels, 1974, p. 50)
En
el campo de las ideas, Marx establece una directa relación entre la ideología
de una sociedad y la representación con que ésta se manifiesta en su
comportamiento material (Tejerina; 1991: p. 49), que es donde toma mayor
importancia la relación dialéctica de la lucha de clases:
La producción de las ideas y
representaciones, de la conciencia, aparece al principio directamente
entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres,
como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el
comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí, como emanación
directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción
espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las
leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los
hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero
los hombres reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un
determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él
corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede
ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su
proceso de vida real (Ibíd., 1974).
En
éste sentido, la materialización de las ideas de la clase dominante determinan
y estructuran el entorno social para la clase dominada, llevando la lucha de
clase a un plano ideológico - político, en el que imponer sus ideas por sobre
la otra clase se vuelve determinante:
De donde se desprende que todas las
luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la
aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son
sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las
diversas clases […] Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a
implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado,
condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y
de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder
político, para poder presentar su interés como el interés general, cosa a que en
el primer momento se ve obligada (Ibíd., 1974).
La
pugna, por tanto, no se determina por el mero eje económico de la propiedad de
los medios de producción, sino más bien, por sobre las ideas que permiten el
mantenimiento y continuación de ese sistema, es decir, el eje político en el
que se afirma la dominación.
Las
clases deben, en tanto estructuración de los términos para el conflicto,
configurarse en torno a intereses, y serán éstos los que contribuyan a la
configuración de grupos organizados, teniendo la finalidad de eliminar la
competencia entre los obreros y permitiendo la lucha en contra del capitalista
(Tejerina; 1991: p. 52)
Son
éstos intereses los que permiten la conformación de una consciencia de clase,
que genera a la par un sentido de pertenencia, en el que se estructurará la
clase como tal, con un sentido de pertenencia colectivamente organizado (en
tanto representación), con una determinada forma política, como expresión de
sus intereses colectivos.
Entendiendo
que para Marx la noción del conflicto social es constituyente de las
sociedades, y se vuelve inseparable de la vida en sociedad, podemos considerar
a otro autor que considera al conflicto como un ente diametralmente opuesto: es
el caso de Talcott Parsons.
Para
Parsons, el conflicto inherente en la sociedad afecta al sistema en su
funcionalidad, que genera problemas de segregación sistémica, afectando los
roles y el status de los individuos (Stropparo; 2006: p. 153)
Parsons
tomará las ideas de Hobbes como primer eje del conflicto, en tanto la
naturaleza humana como generadora de conflicto, estableciendo la relación
existente entre los hombres para la consecución de sus deseos:
En el pensamiento de Hobbes, la razón de
este peligro de conflicto está en el papel jugado por el poder. Puesto que
todos los hombres buscan realizar sus deseos, deben necesariamente buscar el
control de los medios para esta realización (...). La consecuencia es que, de
los medios que un hombre controla para sus fines, otro se ve necesariamente
privado. En consecuencia, el poder, como fin próximo, es intrínsecamente una
fuente de división entre los hombres” (Parsons, 1968: p.136).
En
éste esquema, se genera la posibilidad latente de la guerra, considerando que
los medios para imponer las ideas de uno por sobre las del otro guardan
relación con la naturaleza humana, es decir, usando “los medios más eficaces
disponibles. Estos medios resultan ser, en último término, la fuerza y el
fraude” (Parsons, 1968: p. 137).
Siendo
así, la cuestión del orden en Parsons se vuelve relevante, al buscar una forma
de integrar las motivaciones de todos los sectores y sus normativas sociales:
El problema del orden y, por ello el de los sistemas estables de
la interacción social (o lo que es igual, de la estructura social), se centra
en la integración de la motivación de los actores con los criterios normativos
culturales que integran el sistema de acción, en nuestro contexto
interpersonalmente” (Parsons, 1980: p. 44).
En
este sentido, se dará una importancia relevante a la orientación valorativa en
la acción, considerando que las relaciones sociales en el conjunto de la
sociedad están vinculadas con las de otros, y en esa dependencia toma
relevancia en un sistema de alternativas (Stropparo; 2006: p. 153). En palabras
de Parsons:
La estabilidad de la interacción depende,
a su vez, de la condición de que los actos de valoración particulares por ambas
partes deben estar orientados por criterios comunes, puesto que sólo sobre las
bases de estos criterios es posible el <> en los contextos
motivacional y de la comunicación (...). La condición básica para que pueda
estabilizarse un sistema de interacción es que los intereses de los actores
tiendan a la conformidad con un sistema compartido de criterios de orientación
de valor” (Parsons 1980: pp. 44-45).
Este
eje valorativo de la acción tiene, en el hombre, un carácter moral,
considerando que cada una de las acciones vincula a los individuos por medio de
obligaciones, que hay que cumplir:
Los criterios de valor que definen las
expectativas de rol institucionalizadas asumen, en un grado mayor o menor, una
significación moral. La conformidad con ellos, en este sentido, se convierte
hasta cierto punto, en una cuestión de cumplimiento de las obligaciones que el
ego comporta, en relación con los intereses del sistema de acción más amplio en
el que se encuentra implicado, es decir, el sistema social” (Parsons, 1980: p.
48).
Considerando
eje moral y valorativo, Parsons postulará que la estabilidad de un sistema
social determinado depende de la internalización, por parte de los actores, de
los valores institucionalizados:
Sólo en virtud de la internalización de
valores institucionalizados tiene lugar una auténtica integración motivacional
de la conducta en el sistema social; sólo así los <>
estratos de la motivación quedan pertrechados para el cumplimiento de las
expectativas de rol. […] Sólo cuando esto ha tenido lugar en alto grado es
posible decir que un sistema se encuentra altamente integrado y que los intereses
de la colectividad y los intereses privados de sus miembros constituyentes se
aproximan a la coincidencia” (1980: p. 49).
Podemos
decir entonces, que Parsons está articulando una teoría del consenso o de la
integración social, en que la sociedad en su conjunto es un sistema constante,
estable y integrado, en que cada
elemento en la sociedad aporta a su funcionamiento, y son los valores, comunes
a todos, los que mantienen este consenso (Duek; 2010: p. 3).
Con todo, el gran problema en Parsons será el explicar que los hombres
son libres en la elección de los fines que persiguen, tanto los fines que
elijan como los medios que consideren para alcanzarlos, pero que esa elección
se hace, necesariamente, en torno a valores moralmente establecidos, lo que
previene el caos social, o la “guerra de todos contra todos” de la que hablaba
Hobbes. La cuestión del orden social, entonces, estará asentada en una
congruencia entre los valores individuales y la moral social (Stropparo; 2006:
p. 146).
Bibliografía.
Duek, María Celia (2006). Ralf Dahrendorf: crítica
e implicancias de su teoría ecléctica de las clases Trabajo y Sociedad Nº 14,
vol. XIII, Santiago del Estero, Argentina. Págs. 1 – 17.
Hobbes, Thomas (1651). Leviatán o la materia, forma y
poder de una república eclesiástica y civil. Publicado en
http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/Hobbes/ElEstado_01.htm
Parsons, Talcott (1968). La estructura de la acción
social, Madrid, Guadarrama.
Parsons, Talcott (1980). El sistema social, Madrid, Alianza.
Stropparo Pablo (2006). La teoría sociológica y los
problemas del orden, el conflicto y la legitimidad. Revista Científica de UCES
Vol. X Nº 2, págs. 145 - 160
Tejerina, Benjamín (1991). Las teorías sociológicas
del conflicto social. Algunas dimensiones analíticas a partir de K. Marx y G.
Simmel. Reis: Revista española de investigaciones sociológicas, ISSN 0210-5233,
Nº 55, págs. 47-63. http://www.reis.cis.es/REISWeb/PDF/REIS_055_05.pdf